El importante peso de la religión en un país católico y practicante

Los filipinos viven con intensidad su fe y participan activamente en los cultos

14 may 2016 / 17:00 H.

No sería una pregunta habitual en España a alguien que se acaba de conocer, pero en Filipinas no pasan cinco minutos sin que la formulen. “¿Cuál es tu religión?”, interrogan con absoluta naturalidad. Filipinas es el principal bastión del catolicismo en Asia —una de las principales herencias, entre otras, de los más de 300 años como colonia española—. Se confiesa católica el 80,9% de la población, aunque la cifra de cristianos está 12 puntos por encima, en el 92,5%, grupo en el que se incluirían los evangélicos (2,8%), la Iglesia de Cristo (2,3%), la Iglesia Filipina Independiente (2%) y un 4,5% para otras confesiones cristianas. Los musulmanes, especialmente concentrados en Mindanao, representan el 5%; los budistas, el 2%, y otras religiones, el 1,8%. Solo un 0,1% se reconocen como ateos declarados. Ante este panorama, no es difícil imaginarse que la religión tiene un peso muy importante en la vida de los filipinos. Las expresiones de fe están presentes en todo: en comercios, en las instituciones públicas, en las calles, en los vehículos... absolutamente por doquier.

Como en el resto de Filipinas, la Iglesia Católica es la que posee un mayor peso. El principal templo del municipio es la parroquia de San Agustín. De reciente creación, ya que fue inaugurada en el año 2013 para adaptarla a las necesidades generadas por el continuo incremento de la población, la parroquia ocupa un amplísimo espacio en el que, además del templo, se ubican otras dependencias, como la antigua iglesia —que ahora es utilizada como salón para las reuniones más numerosas—, un colegio, amplias aulas para impartir catequesis, zona ajardinada, aparcamiento, comedor y cocina, secretaría y archivo, entre otras.

El retablo del altar mayor está dedicado a San Agustín —patrón del municipio, que también posee una imagen a la que rinden culto— y en las hornacinas laterales se venera a distintos santos, como San José y San Lorenzo Ruiz —un filipino del XVII canonizado por Juan Pablo II—. Hay varias capillas repartidas por el templo, como las dedicadas a la Inmaculada Concepción y al Sagrado Corazón de Jesús. Una de las imágenes más veneradas por los filipinos también tiene presencia en el principal templo de Jaén: el Santo Niño, devoción impulsada por los españoles y conocida en nuestro país como el Niño Jesús de Praga. Se le venera en los hogares e, incluso, las familias acostumbran a cambiarle la ropa, por lo que no es extraño que disponga de sus propio ajuar —más o menos sencillo en función de la situación económica de la familia—. En una nave del templo, un cuadro de un santo español: San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.

Los católicos filipinos son muy practicantes y participan activamente en las celebraciones litúrgicas y en cuantas actividades se convocan por parte de la parroquia. Además, hay presencia de diversos movimientos y asociaciones religiosas, como ya se abordó en un anterior capítulo. Aunque el templo es de grandes dimensiones, en las eucaristías dominicales no cabe un alfiler.

Los 27 barangayes —distritos— cuentan con capillas en las que rinden culto a sus respectivos patrones. Entre otros, San José, San Roque, San Pablo, San Vicente, Santa Mónica, el Santo Niño, San Sebastián, Santa Rita, la Santa Cruz, el Sagrado Corazón de Jesús y San Juan Bautista, entre otros. El 28 de agosto, fiesta de San Agustín, peregrinan desde todos los barangayes con sus imágenes y se realiza una magna procesión en la que participan los representantes de cada uno de ellos con cada uno de los 27 patrones.

Hay dos sacerdotes en la iglesia. El párroco es el padre Isidro D. Puyat. Encantado con la visita de los periodistas, recibió, de manos del director de Diario JAÉN, Juan Espejo, numerosos presentes. Entre ellos, una colección de libros publicados por el periódico y algunos ejemplares, para que formen parte de los fondos de la biblioteca parroquial. También se le entregaron guías turísticas de la capital y de la provincia. Un regalo que le hizo especial ilusión fue una botella de aceite de oliva virgen extra de Oro Bailén, ya que durante un tiempo vivió en Italia, por lo que sabe apreciar el valor de la dieta mediterránea.

Una forma muy distinta de vivir las despedidas de los difuntos
idcon=12194720;order=23

El color de luto es el blanco. El dolor por la pérdida del ser querido es sustituido por la fe en la resurrección. Por eso, el cortejo fúnebre es alegre, incluso con música. Los dolientes y sus allegados acompañan el coche funerario vestidos de blanco e, incluso, portan racimos de globos blancos. Tras el entierro, la familia y los invitados se juntan para comer.