Un lugar para volver

El turismo y la industria agroalimentaria se nutren de la riqueza natural de Bedmar y Garcíez

15 mar 2016 / 09:20 H.

Un patrimonio que cuenta siglos de historia, extensiones de olivar que se escapan a la vista, fiestas populares que devuelven al terruño a generaciones de migrantes, agua a borbotones, huertas y un adelfal que nutre leyendas con su estampa genuina, umbrosa y sobrecogedora. Mágina. Mágica. Misteriosa y, al norte de su corazón, entre Jimena y Jódar, Bedmar y Garcíez, con su imponente paraje de Cuadros, parada y referencia obligada. Con sus 2.871 habitantes, estas dos localidades fusionadas, de versátiles paisajes, fortalezas árabes y cristianas hoy ruinosas y gentes amables, han entrado en el siglo XXI conjugando la tradición con los ritmos que marca la vida moderna.

La asociación juvenil Al-Manzar es un buen ejemplo. Su nombre recupera el vocablo árabe con el que era conocido el Castillo Viejo y, con su algo más de medio centenar de socios, ha sabido dinamizar la vida social de un pueblo que multiplica su población cuando llega agosto y los emigrantes regresan, como guiados por cantos de sirenas, para celebrar las tradicionales fiestas. Junto a este grupo de jóvenes de entre 15 y 30 años, también ha conseguido labrarse una posición propia dentro de Bedmar y de su movimiento asociativo el colectivo de mujeres Nuevo Renacimiento, que, en sus dos décadas de trayectoria levemente interrumpidas en los albores del nuevo siglo, ha sabido hacerse necesaria a todos los niveles.

Dicen que un pueblo, una ciudad o un país no son nada sin sus gentes. Sin hombres y mujeres que se afanan día a día por que sus calles sigan estando vivas y para sembrar en sus tierras la semilla del esfuerzo y de la innovación. Porque, en Bedmar, en Garcíez y también en la atalaya rocosa de Cuadros, el mundo rural y su riqueza paisajística, natural y gastronómica se dan la mano con el turismo y el desarrollo de la industria agroalimentaria, con sus conservas vegetales y su preciado aceite de oliva virgen extra, para caminar por la senda del presente y del futuro; para hacer frente al fantasma de la despoblación y el envejecimiento. En una tierra de frontera y en medio de un entorno proverbial, Bedmar y Garcíez son uno de esos destinos en los que se puede ser feliz y, contradiciendo a Joaquín Sabina, volver y volver.