SEXO: El derecho a sentir en un cuerpo que se transforma

Un plan pionero aborda la sexualidad en las personas con diversidad funcional

06 nov 2017 / 10:27 H.

Estaba manteniendo relaciones sexuales cuando me dio un ictus. La suerte que tuve es que ella era médico y me ayudó”, relata José Luis Serrano. Tiene 39 años y diversidad funcional, en román paladino, casi medio cuerpo paralizado. Se dio cuenta de ello después de un largo periodo de coma. Cuando despertó, comenzó a comprender que se le truncaba una vida “normal”, que lo que ganaba gracias a su trabajo fijo como informático se había cambiado por una paga de incapacidad permanente, que la mujer que le había salvado la vida dejaba la relación y, lo más difícil de digerir, que ya no podía valerse solo. Ocurrió hace dos años y, después de una larga temporada en el Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral, en Madrid, ya es capaz de “defenderse” con un bastón, moverse, más o menos, por sí mismo. El avance físico, que es fruto de un esfuerzo titánico, no quiere decir, ni mucho menos, que todo esté ya hecho para una persona como José Luis que, de la noche a la mañana, pasa de ser un adulto independiente a, en sus palabras, “un niño al que tienen que cuidar sus padres”. “Las necesidades que tenías antes siguen intactas, pero, durante un tiempo, como estás crítico, pasan a un segundo plano”, reflexiona para, después, llegar a la razón por la que es entrevistado: “A medida que cojo autonomía, comienzo a recuperar el interés por el sexo”.

Serrano deja muy claro que tiene los mismos apetitos que cualquier ser humano y que, de hecho, es afortunado por ello. “Hay alguna medicación que te inhibe el deseo o, peor, porque a algunas personas les afecta mucho más, los deja atontados”, sostiene. Es un ejemplo de que un discapacitado no olvida lo que es estar en la cama con alguien a quien se desea, aunque sea plenamente consciente de que volver a recuperar esa parte de su vida es un camino harto complicado o imposible. Pero no tiene por qué renunciar a su intimidad, aunque ya no sea nada igual, y por eso se apuntó al programa que impulsa la Asociación de Daño Cerebral Adquirido (Adacea) de Jaén. Al dar la cara y dejarse fotografiar da el primer paso, no esconde algo que siente, se brinda a explicarlo y defiende la necesidad de tratarlo con normalidad, de no verlo como un tabú.

“Hay parejas, a las que no les ocurre nada, que no tienen sexo y que, sin embargo, no acuden al sexólogo”, razona Eva Guerrero Rodríguez, neuropsicóloga que trabaja para Adacea, como ejemplo de las complicación que conlleva tratar, con la naturalidad que merece algo tan natural, sano y cotidiano como la sexualidad. Por eso, admite que es todavía más difícil de abordar si lo que se pone sobre la mesa son las necesidades eróticas de aquellos que, tras sufrir un accidente o un ictus, se convierten en dependientes. “Imagina que te ves en una silla de ruedas y le tienes que pedir a tu madre que te ponga una película para masturbarte; piensa en cómo se afrontan las relaciones íntimas cuando, en una pareja, desaparece el rol de amantes y uno se convierte en cuidador del otro. Deja de existir ese vínculo entre ellos, existe un desequilibrio en la pareja que afecta al deseo”, sostiene esta especialista en hacer frente a los severos problemas emocionales a los que se enfrenta un individuo que, de repente, tiene que asumir que su cuerpo no le funciona bien, que está, de alguna forma, roto, después de haber sufrido una lesión cerebral. Estos planteamientos científicos no están alejados de la realidad, sino que son un tema de conversación habitual entre los usuarios de Adacea y el equipo multidisciplinar que los atiende. De esa inquietud nació el programa que impulsa la asociación. “Creo que es la idea más ambiciosa de todas las que hemos puesto en marcha”, deja claro Elena Gómez, educadora social de esta entidad.

¿Y cómo surge la idea? Gómez aclara que, para las personas dependientes, acudir al centro de Adacea, en el Bulevar, o recibir asistencia a domicilio constituye el único momento en el que encuentran a alguien con el que hablar de algo que no quieren comentar delante de sus familias. De esta forma, detectaron claramente que había que afrontar esta preocupación que, no hay que olvidar, como apostilla la educadora social, es un derecho. La Ley de Dependencia, de las que las administraciones andaluzas presumen de ser abanderadas, es una norma que, además de garantizar la asistencia, promueve la autonomía personal y ¿que hay más personal, algo que suponga mayor autonomía, que poder disfrutar y experimentar, solo o en compañía, con el propio cuerpo?.

“¡Para eso estamos nosotros ahora!”

María Moral Extremera es trabajadora social en la Asociación de Daño Cerebral Adquirido (Adacea) y conoce perfectamente, por su propia experiencia con los afectados por estas lesiones, cómo trastoca a las familias que uno de sus miembros comience a convertirse en dependiente. La lógica prioridad, precisa, es facilitar la vida a una persona que tiene grandes complicaciones para moverse y, en ocasiones, para comunicarse, por lo que el hecho de entender que un hombre o una mujer con diversidad funcional quiere recuperar su sexualidad se olvida o se obvia. “Una de las frases más típicas con las que nos encontramos es ‘para eso estamos nosotros ahora’ cuando abordamos la cuestión”, argumenta. Y es que, en los casos de este tipo, apunta, la tendencia es la de no ver más allá de lo evidente, es decir, ayudar a una persona a lavarse, a afeitarse, a ir al baño, a vestirse y, en algunos casos, se llega a caer en la sobreprotección. La moral conservadora, presente en muchas familias, tampoco ayuda a afrontar, sin tapujos, el hecho de que, para contribuir a garantizar el bienestar de los dependientes, en muchas ocasiones, no hay que olvidarse de que el brusco cambio vital, no hace que desaparezcan los deseos íntimos. “Directamente, no se habla de ello, por lo que poner en marcha este programa es fundamental para contribuir a que se vea como algo natural”, sostienen en Adacea.