Los controles que salvan vidas

Los agentes de Tráfico se despliegan para prevenir el alcohol al volante

20 feb 2019 / 10:03 H.

Son las once de la noche de un sábado de invierno en la capital jiennense. “Hace mucha rasca”, dice un guardia mientras se cala la gorra reglamentaria y se sube el cuello del chaquetón. A su lado, otro agente se frota las manos porque el frío aprieta. Ambos pertenecen al Subsector de Tráfico de la Comandancia de Jaén. Acaban de comenzar su turno de trabajo y la superioridad ha diseñado un control “dinámico” de alcohol y drogas. Durará tan solo entre 20 y 30 minutos. El lugar elegido es la rotonda ubicada junto a las cocheras del tranvía, un punto “caliente” porque supone uno de los principales accesos a la ciudad. Quieren que los conductores sean conscientes de que un operativo como ese puede encontrarse a cualquier hora y en cualquier punto de la red provincial de carreteras.

En apenas cinco minutos, todo está listo para empezar. Una docena de agentes, varios coches patrulla y una furgoneta de atestados se implican en un dispositivo que, en apenas, media hora, hace soplar a casi un centenar de conductores. También se revisa documentación y estado general de los automóviles. Los vehículos forman una larga hilera de la que nadie escapa. Los guardias despliegan prácticamente un trabajo en cadena y los alcoholímetros echan humo. Con una bolsa de boquillas en la mano, el equipo se asegura de que ningún conductor excede los niveles máximos de alcohol, ni ha tomado estupefacientes. “El objetivo es meramente preventivo, que nadie se ponga al volante si ha bebido o está bajo las influencias de las drogas”, aclara el teniente Francisco Pareja Funes, que está al mando del operativo nocturno. Todos los miembros del control son agentes curtidos en la dureza de la carretera. Tienen mucha “vista”, porque se la han ganado en años y años de controles a pie de arcén. No hay un patrón que marque a quién hacer el test de drogas —explica el jefe del operativo—. “Depende de la actitud del conductor, de la intuición del agente... Con el tiempo se desarrolla un sexto sentido”.

Los primeros conductores que embocan el control se sorprenden de encontrar el operativo a esas horas y en ese lugar. Soplan en el etilómetro y se van satisfechos: han superado la prueba. “Sople fuerte y seguido hasta que oiga un chasquido”, ordena el guardia. Algunos lo hacen con soltura y a otros se les ve más nerviosos. “Me acabo de tomar una cerveza”, admite un conductor veterano visiblemente inquieto. Y la cerveza aparece: 0,04 gramos, lejos del límite sancionador, que está en 0,25. “Puede seguir. No olvide abrocharse el cinturón”. El hombre se va, aliviado.

Pero poco después salta el primer positivo: 0,33 miligramos de alcohol por cada litro de aire espirado. Se trata de un joven que conduce un BMW. Uno de los guardias realiza un sutil gesto a su superior con la cabeza. El conductor debe abandonar el vehículo para hacer una prueba de precisión en el furgón de la Guardia Civil: “Viene de cenar”, explica el agente que le ha hecho la prueba inicial. “Es posible que en la segunda prueba baje un poco. Tal vez libre”. Pero no libra. El alcoholímetro que sí genera carga de prueba mantiene la situación: 0,33. Eso significa una sanción de 500 euros y la pérdida de cuatro puntos del carné. Todavía habrá un segundo positivo en la noche 0,35.

La Guardia Civil estudia, y mucho, donde ubica los controles de alcoholemia. Visibles, en zonas de acceso o salida, en vías muy concurridas y cercanas a zonas de ocio. No se esconden, precisamente, porque el objetivo es que les vean. El teniente Pareja afirma que un agente con etilómetro “no es peligroso”: “Lo peligroso es circular bajo los afectos del alcohol o las drogas, o conducir a una velocidad superior de la permitida porque cuando hay un accidente siempre concurren varios factores, no es cuestión de uno solo”, explica. Estos controles no están pensados para controlar a todo el que bebe alcohol, sino que su principal función es evitar que los conductores bebidos cojan el coche. “Es una función disuasoria”.

Además del alcohol, también imponen casi una decena de sanciones administrativas relacionadas con la documentación del vehículo y con las llamadas “reformas de importancia” realizadas en los automóviles, como una iluminación no homologada. En media hora, los agentes comienzan a levantar el control. Retiran los conos y abren paso libre. “Ya no tiene sentido mantenerlo más”, dice el jefe del operativo. Y es que, con las redes sociales, prácticamente se sabe en tiempo real dónde se ubican estos dispositivos de vigilancia.

Ya es medianoche y la Guardia Civil de Tráfico se va con el control a otra parte para desanimar a los que todavía creen que unas copas, unas rayas o unos canutos no tienen demasiada importancia a la hora de conducir. Porque sí la tienen. Es la diferencia entre vivir y morir al volante.

El olor a marihuana pone al descubierto un positivo
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Cuando los guardias civiles dan el alto a un coche antes de un control, no solo miran al conductor mientras hablan con él. También huelen. Precisamente, el fuerte y característico olor a marihuana que salía del interior de un vehículo destapó el único positivo por estupefacientes que se detectó. El conductor fue llevado a la furgoneta de atestados. Allí, el agente le ordenó que se introdujera en la boca una pieza de plástico, coronada por un saliente de celulosa. “Imprégnela de saliva”, le pide el guardia. En cuestión de segundos, el algodón debe ponerse azul. En este caso, no cambia de aspecto, porque el joven no hace bien la prueba, ya que no moja la celulosa. Cuando por fin lo hace, el “chupete” se introduce en una máquina: positivo en cocaína y cannabis. El olfato no falló.