Linares se asfixia con un 36,5% del censo

Arrayanes, paradigma de un drama que coloca a familias enteras al límite

27 jul 2017 / 11:00 H.

La colecta mensual de la parroquia de San Sebastián, en la calle Blasco Ibáñez del barrio de Arrayanes de Linares, es, como mucho, de 100 euros al mes, unos 25 por domingo, incluido el primer día del Señor de cada mes, cuando lo que cae en el cestillo se destina a Cáritas. “No tienen más, te encuentras un montón de monedas de 50 céntimos o más pequeñas. Aquí se multiplican los panes y los peces. Si no, sería imposible atender a todos los que lo necesitan”, explica el cura de esta parroquia y arcipreste local, Francisco Javier Díaz Lorite. San Sebastián, dedicada al patrón de los atletas, soldados y arqueros, es la iglesia del barrio más desfavorecido de una de las ciudades con mayor tasa de pobreza de España. “Linares está en un pozo y Arrayanes es el pozo del pozo”, asegura el párroco. Poco exagera. La Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (Eapn-a), que agrupa a 49 entidades, desde Cáritas a Acción contra el Hambre, sitúa a Linares como la novena ciudad española con una mayor tasa de población en riesgo de pobreza, el 36,5% de 58.829 almas, es decir 21.475 personas y media, la regla de tres no da un número exacto.

En el “pozo del pozo”, los números son todavía más abrumadores. La barriada tiene 12.000 habitantes, como Alcaudete, con una tasa de desempleo, dice el cura, del 80%. Es el doble de la media de Linares, de por sí escandalosa, ya que, con datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística, es del 44,5%. Ahí, la ciudad sí está a la cabeza del país, casi ocho puntos por encima de la segunda, la gaditana Sanlúcar de Barrameda. Sobre el porcentaje de los residentes en Arrayanes que se asoman al abismo, Cáritas no aporta el dato exacto, pero el “jefe” de la entidad lo ilustra con una frase que no deja lugar a dudas. “Si no repartiéramos comida, si no ayudáramos a pagar facturas, si no hubiera campamentos de veranos para que los niños desayunen almuercen y merienden, hablaríamos de problemas de desorden público, de robos y asaltos a supermercados”, dice Díaz Lorite.

El cura está reunido con parte del equipo de voluntarias que gestionan el almacén de alimentos con el que cuenta el templo. Son Toni García, Carmen Moreno y Pilar García. Todas se incorporaron a la organización eclesiástica hace 8 años, cuando la crisis económica comenzó, y, aunque suponga contradecir las previsiones macroeconómicas, aseguran que cada vez tienen más trabajo. “Cuando llegué, hace 17 años, era algo puntual. De vez en cuando, había que echar una mano a alguien, unas diez familias al mes; hace dos años, eran 400; en 2016, 600, y ya vamos por más de 800”, describe. Las estadísticas y los análisis oficiales en el papel son duros, pero más todavía es escuchar el relato en primera persona de las que entregan los lotes de comida y eso que, mientras lo explican, a veces se ríen, de puros nervios. “Es por no llorar”, aseguran las tres que, aunque echadas para adelante, dejan entrever que ver la cara de los que pasan fatigas a diario quema. El premio a la serenidad de espíritu, no obstante, se le puede entregar a Pilar García que, al mismo tiempo que colabora con Cáritas, necesita de los demás. “Ayudo y soy ayudada, mi marido solo tiene la famosa paga de los 426 euros y, cuando llegan las facturas de la luz y el agua, no nos queda nada”, relata. Su testimonio se parece al de los muchos vecinos que luchan para no entrar en la lista de la exclusión social y para explicar cómo se cae en ella. Su esposo tiene 60 años, durante toda su vida, hasta que se quedó sin trabajo, no le faltó de nada, pero, a su edad, nadie le hace un contrato y, al final, los ahorros, se acaban. Pilar recuerda que su situación no es mejor, porque, la última vez que estuvo dada de alta fue hace 3 años, durante solo 12 días. Para colmo, el matrimonio tiene un hijo enfermo. Espera un transplante y precisa un caro tratamiento.

Toni García y Carmen Moreno, mejor que su compañera “gracias a Dios”, recuerdan que, al principio, los alimentos para los necesitados estaban, detrás de una cortina, al fondo de la habitación en la que se imparte catequesis. “Después, hubo que ocupar todo este espacio y lo último ha sido adosar una nave a la parroquia”, aclara el religioso que muestra, con resignación, lo bien construido que está este nuevo espacio, con capacidad para 30.000 kilos de comida y que, para evitar que el suelo se venga abajo, como estaba a punto de ocurrir en el primero, tiene profundos cimientos. Y es que la logística es muy importante cuando hay que atender a una veintena de turnos, con 40 personas cada uno, que dos veces al mes van a llenar el carrito. Los que dependen de San Sebastián son el grueso de las 1.128 se benefician de servicio de Cáritas en Linares. Otro número feo: El pasado año, se entregaron 450.000 kilos. “Si se suma lo que aporta la Cruz Roja, es un millón. ¡Un millón de kilos en Linares”, comentan con pasmo y eso que están acostumbrados a verlo a diario.

Con colectas que se llenan con los céntimos que se encuentran debajo del sofá, Cáritas tuvo que gastar, el pasado año, 84.901,03 euros entre atención primaria para familias, es decir, todo, desde un paquete de pasta a unas gafas; alojamiento para sin hogar, toxicómanos y reclusos. Eso sí, 8 de cada 10 euros son para casas que no tienen ni para hacer un cocido. “Tenemos un problema, nos vamos a quedar sin dinero líquido, porque la Fundación Amancio Ortega Gaona (el dueño de Zara) dejará de aportar los 60.000 euros que destinaba a Linares”, anuncia el arcipreste.

¿qué es lo que pasa? El alcalde linarense, Juan Fernández, que lleva con la vara de mando desde 1999, para buscar una explicación a la situación de su ciudad, dijo que está dejada de la mano de dios, que ni el Gobierno ni la Junta le echan una mano. En el cuartel general de Cáritas en Arrayanes, están medio de acuerdo, no del todo. “Estamos en una isla industrial, en medio de una provincia agrícola. Aquí hay gente preparada para trabajar en una fábrica, que no tiene oportunidades desde el cierre de Santana Motor (consumado el 14 de febrero de 2011)”. Hace falta abrir las naves que están cerradas y no poner pegas a las empresas, menos burocracia, porque estamos ante un problema que necesita soluciones ya”, dicen. El párroco, apunta otro hecho, fruto de su observación: “Hay una generación, que amenaza con perderse, hijos de los que tuvieron un trabajo estable, que no saben cómo afrontar esta situación, por lo que, a veces, no hacen nada, entran en una espiral de la que no pueden salir”. Una de las colaboradoras del comedor, apostilla: “Mi hija está preparada, como muchos de los del barrio, hizo Turismo, pero no tiene posibilidad de trabajo, tiene 30 años, no ha podido hacer prácticas, y, en todos los sitios le piden experiencia”.

Este pan duro se lo tienen que comer a diario muchas familias españolas, pero en la novena ciudad más pobre de España, se atraganta todavía más y, es peor, en Arrayanes donde, la delincuencia y marginalidad que ya había instalada antes, crece exponencialmente desde que la pobreza es la compañera de cada vez más hogares. Las voluntarias relatan que, cuando tienen que ir a visitar a personas al borde de la exclusión, lo hacen de día en algunas partes de la barriada, sobre todo, en los “Pisitos blancos”, que nada tiene que envidiarle, sostienen, a las “3.000 viviendas de Sevilla”. En una ocasión, se vieron en medio de una redada policial. “¿Sabes lo que es el Cuarto Mundo? Es el Tercer Mundo, pero dentro del Primer Mundo, eso es lo que, cada vez más, hay aquí”, pregunta, para responderse a sí mismo, el cura de Arrayanes.

“En mi casa somos siete, cuatro adultos parados y tres niños”
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No se acuerda desde hace cuanto tiempo lleva sin trabajar
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—Cuando se levanta por las mañanas, ¿qué es lo que hace?

“Pues me hincho de llorar, la verdad, otra cosa no puedo hacer”, responde Juana Carmona Contreras, gitana, residente en la barriada de los bautizados como “Pisitos Blancos”. Su vivienda es un desastre. Una endeble puerta la separa de un descansillo con suciedad por doquier al que se accede libremente, la entrada principal del bloque hace tiempo que desapareció. A esta mujer se le junta todo: “Tuve que venirme aquí desde el barrio de El Cerro, tras el enfrentamiento entre Pikikis y Mallarines. La casa, por lo menos, es mía (se la cedió un familiar, una práctica frecuente en el barrio), pero no tengo trabajo, no me acuerdo cuando fue la última vez”. Antes, relata, la familia vivía bien con el mercadillo, la aceituna y la venta de chatarra. “Ya no quieren mujeres en el campo y las cuadrillas, al meter máquinas, cada vez son más pequeñas. Para la venta ambulante tienes que pagar el sello de autónomo y es imposible para nosotros”, relata. “En mi casa somos siete personas, cuatro adultos, que estamos parados, y mis tres chiquillos chicos”, ejemplifica Carmona Contreras, sentada en un sofá desvencijado de escay. “No tengo puertas, no tengo somier, no tengo de nada”, lamenta.

“Me da mucha alegría que estéis aquí”, les dice a las tres voluntarias de Cáritas durante la visita a su humildísima residencia, por que, como sostiene: “Así me tenéis que creer cuando digo que estoy fatal”.

—¿Que es lo que cree que se puede hacer para que Linares deje de ser una de las ciudades más pobres de España? “Pues está claro, hay que poner fábricas, que no estemos tanta gente pidiendo. Yo no quiero que me den nada, necesito un sueldo”. Juana se despide y explica: “Mis hijos mayores se han ido a descargar un camión de muebles, 20 euros dicen que les dan”.

“Echo de menos no poder beberme una Coca Cola de la buena”
inmaculada barros tobaruela |
Tiene 30 años, cuatro hijos y no trabaja desde 2014
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La casa de Inmaculada Barros Tobaruela, hija de un minero, está cerca del corazón de los “Pisitos Blancos”, pero en la “parte buena”. Para empezar, tiene portero automático que funciona correctamente. No es una mansión, pero el deterioro es notablemente inferior al de otras casas del barrio, en la estadística del 36,5% de vecinos que están al borde de la pobreza, no están en la peor de las posiciones, todavía. “Todo es de prestado, hasta el carrito del bebé, pero no estamos muy mal, gracias a la colaboración de la gente”, explica esta joven, de 30 años, madre de cuatro hijos con 8, 3 y 2 años y la bebé, con unos ojos oscuros preciosos, con 3 meses. “Mi pareja y yo nos dimos cuenta de que teníamos que ir a Cáritas, casi de repente, se nos hacía imposible pagar facturas, gastos básicos y ya tuvimos claro que algo no iba bien”, recuerda. Hasta hace tres años, había dos “sueldos” en la casa, aunque el principal era el suyo, 500 euros como cocinera a media jornada en un conocido complejo de la ciudad linarense. “Con el embarazo me quedé sin empleo”, relata y comenzó la inestabilidad. Su compañero sentimental es vendedor de fruta ambulante y empalma actividades de este tipo, pero el negocio no va como antes. La suerte para esta familia es que los abuelos tienen recursos, pero saben que así no pueden seguir. “Estoy harta de no poder hacer las cosas que hacía antes, como irme con mis niños a la piscina o tomarme algo por ahí. Me acuerdo mucho de la Coca Cola, de la buena, ya estoy harta de las imitaciones”, dice. Esta mujer no solo se lamenta, también procura formarse, tiene títulos de peluquera y para trabajar con niños, hasta se fueron a Utrera, Sevilla, en busca de una oportunidad y trató de poner en marcha una empresa. “Nada todavía”, sostiene. Como muchos de los que esperan su oportunidad, pide fábricas para Linares. “Que las traiga el Ayuntamiento, que la gente quiere trabajar”, argumenta Inmaculada.