La casa de los que están en el recuerdo se alegra con flores

El 1 de noviembre mantiene la capacidad de reunir a las familias para visitar las tumbas de los seres queridos

02 nov 2017 / 09:59 H.

La yanqui celebración de Halloween achucha y a nadie se le escapa que, cada año, gana adeptos, solo hay que darse una vuelta por centros educativos, una discoteca o unos grandes almacenes para comprobar que la idea de disfrazarse como el protagonista de “Pesadilla en Elm Street”, un doctor chiflado y el muy socorrido zombi seduce, cada vez más. Hasta hay castizas asociaciones de barrio que organizan festividades de esta guisa. Eso sí, por muy estadounidense que se vuelva un jiennense en la víspera, en el Día de Todos los Santos, todavía son una legión los que acuden a los dos cementerios de la capital para cumplir con la costumbres de visitar a abuelos, padres, tíos, amigos y demás seres queridos que, viejos o jóvenes, dejaron el mundo de los vivos y, casi siempre, dejaron la sensación de haberse marchado antes de tiempo entre los que se quedaron.

Por eso cuesta un mundo aparcar junto al camposanto de San Eufrasio y el de San Fernando y por eso los vendedores de flores hacen la que, posiblemente, sea la mejor caja del año. Tomás Antequera Gámez, que tiene uno de estos puestos ambulantes, bien lo sabe y, por eso, se le pasan horas arreglando claveles. Un ramo de estos es la opción preferida en la ciudad, donde los crisantemos pierden fuelle. “Nosotras no somos de Halloween, somos religiosas, respetamos esta costumbre”, dice Filo Garrido Garrido, junto a la tumba de su padre, Antonio. Por eso acude al Cementerio de San Fernando, para cumplir con la tradición cristiana, junto a su hermana Conchi y su madre Amparo. Ponen flores en el nicho, uno de los más altos de su pasillo, con un sistema que impide que el aire se lo lleve, y, para ello, piden la colaboración de uno de los que trabajan estos días, escalera en mano, para ayudar a adecentar los enterramientos. “Cuando él vivía (su padre), veníamos siempre a ver a los abuelos. No es que acudamos solo este día, pero sí es algo más especial”, reflexiona esta mujer que recuerda que la familia también encarga misas por el descanso eterno del difunto. No es algo extraño.

Por la parte nueva del camposanto caminan un hombre y una mujer con un niño, al que explican que van a ver a sus abuelos y, de paso, le invitan a fijarse en los motivos de las lápidas. “Mira la Virgen, mira, el Señor”, así va el chiquillo entretenido y no se aburre, a pesar de su corta edad. No es el único chavea que camina por los pasillos jalonados de tumbas, porque, en muchas casas, todos se levantan pensando en la obligada visita. Hay quien va pensando en la posterior comida en casa del mayor del clan o tiene mesa reservada, que compartir este momento del día en clave familiar también forma parte de los usos habituales de un Día de Todos los Santos, como comprar buñuelos e ir al campo o al parque del Cerro de las Canteras, en su defecto, que estaba lleno, en cumplimiento del refrán del “muerto al hoyo y el vivo al bollo”. La de ayer es, en competencia directa con Navidad, una de las jornadas más familiares del año, como lo demuestran los Jiménez Oviedo. Varias generaciones se juntan, desde los padres, a los hermanos, cuñados, sobrinos e hijos, para estar un rato con los ausentes. “Lo hacemos siempre así, quedamos todos los que estamos para hacer el recorrido por todas las tumbas de familiares”, explica Juan Carlos que recuerda que su padre, fallecido desde hace 13 años, es el más reciente de los difuntos. Es José, que está enterrado junto a su mujer, teresa, en uno de los nichos del Sector 11 del camposanto municipal, dedicado a San Bartolomé. En equipo, limpian la lápida, colocan flores frescas y “dan compañía” a los ausentes. Entre tanta gente, se entablan conversaciones de todo tipo, desde las de más rabiosa actualidad, dedicadas, por ejemplo, a las ideas y venidas del expresidente de la Generalitat, Carlos Puigdemont, al que se transforma el apellido con una facilidad pasmosa, a lo viejo que está el Cementerio de San Eufrasio, con más de doscientos años y, ciertamente, bastante abandonado, a la crisis económica y los problemas de paro de la capital. Con sarcasmo y algo de humor negro, una señora razona con su nieto, que le acompaña en el “tour”, cargado con las flores que hay que colocar aquí y allá: “Hay que ver que lo único que crece aquí es el cementerio, cada año, más obras para nichos. ¡Que barbaridad, que lástima!”.