El Santo Reino de sangre calé

¿Cómo llegaron los gitanos a la provincia y qué situación se encontraron en Jaén?

08 abr 2019 / 13:23 H.

Decir que Jaén es una encrucijada de caminos y culturas no es un secreto para casi nadie, puesto que es la tierra que tiende puentes entre Andalucía y el resto de la Península, lo que casi todo el mundo conoce como lo que hay de “Despeñaperros para arriba”. De ahí que en el Santo Reino hayan convivido, a lo largo de la historia, infinidad de culturas. La gitana no iba a ser menos. Tal y como apuntan los datos extraídos de las crónicas medievales que encargaba elaborar el Condestable Miguel Lucas de Iranzo, la comunidad gitana llegó a lo que hoy es la provincia a mediados del siglo XV, concretamente en el año 1462.

Asimismo, venían de un largo periplo por Europa y el norte de África —procedentes del noroeste de la India, desde donde partieron tras las invasiones mongolas—. En este sentido, fueron acogidos por reyes y nobles europeos y, por supuesto, de lo que hoy en día se conoce como España. La razón es que poseían una carta otorgada por el Papa de entonces que les garantizaba la libre circulación por los reinos cristianos. El trato que se les dio fue bueno, en un principio, aunque las cosas terminaron por torcerse con el paso del tiempo. A la Península Ibérica llegaron en la primera mitad del siglo XV, aproximadamente en 1427. La presencia de la comunidad gitana en Jaén se da gracias al Condestable Miguel Lucas de Iranzo, que los acoge y protege en la capital. En principio fueron dos pequeños grupos, capitaneados por “condes de la pequeña Egipto” —según la crónica medieval original— los que llegaron a la ciudad. En el momento en el que pasaron a formar parte de la vida cotidiana de los jiennenses, el choque cultural se hizo del todo inevitable y rápidamente la monarquía tomó cartas en el asunto ante la “anormalidad de la cultura gitana”. Lo mismo se hizo con la judía o la musulmana. Desde 1462 —momento en el que los gitanos llegan al Santo Reino— no pasaron muchos años hasta que surgió la represión oficial. En 1499, al borde del siglo XVI, los Reyes Católicos decretaron las primeras medidas persecutorias contra los “bohemios” o “castellanos nuevos”, términos que se empleaban entonces para hacer referencia a los gitanos. Anteriormente había pasado con los judíos, puesto que —cabe recordar que Jaén fue encrucijada de muchas cosas, pero sobre todo de cultura— de ellos se admiraban las cualidades profesionales, como las de administradores, mientras que por otro lado eran perseguidos por sus costumbres. En la otra cara de la moneda, de los gitanos se admiraban sus cualidades artísticas, entre las que destacaba la danza. De hecho, existe constancia de su contratación como “danzarines” en el corpus de algunos lugares de Jaén, como por ejemplo Alcalá la Real. Pero los gitanos no se quedaron en la capital, sino que consta en la misma crónica medieval de Miguel Lucas de Iranzo que, en 1970, llegaron a Andújar. Estos documentos son un rico patrimonio para entender la historia. Asimismo, y al estar encargados por el rey, duque o noble, que era protagonista de la misma, no se perseguía la objetividad. En consecuencia, incluían adjetivaciones positivas hacia quien la encargaba. En cierto modo, tenían un halo de propaganda y la crónica del Condestable Miguel Lucas de Iranzo supone, quizás, un gran y buen ejemplo de ello, puesto que los relatos van encaminados hacia las buenas acciones del mismo de manera constante, en este caso, hacia los miembros de la comunidad gitana. De este modo, el buen trato hacia los gitanos, se cree, según la documentación histórica, que enmascara una doble intencionalidad del Condestable, que no es otra que determinados intereses que tenían los monarcas.

Es necesario para entenderlo volver sobre el contexto histórico que se atravesaba en la Península Ibérica. A finales del siglo XV, existía un interés latente de Castilla por conquistar Granada y finalizar, de esta manera, la lucha contra los musulmanes. En relación estrecha con ello —y de vuelta al concepto de la provincia como encrucijada de caminos— el reino de Jaén tenía mucho que decir, y es que, por su ubicación geográfica, hacía frontera con el reino de los nazaríes y, en consecuencia, el interés anteriormente mencionado del Condestable por mantener sus tierras mejor pobladas, estuvo detrás de ese buen trato dado a los gitanos. La repoblación fue un sistema asociado a toda la conquista cristiana de la península como un método que perseguía la defensa del territorio. De hecho, ahí se encuentra la posible razón por la que el noble tuvo un interés especial en asentar a los gitanos, en tanto que era una población nueva de cristianos que llamaba con desesperación a las puertas de Jaén. De hecho, en las crónicas medievales encargadas por Miguel Lucas de Iranzo, se le atribuye a los líderes de las familias gitanas títulos relativos a la nobleza, como condes o duques, que simplemente son categorías conceptuales que se daban en la época para determinar a aquel que tenía un grupo de personas que dependía de sus decisiones. Estos términos que el cronista les adjudica no tuvieron nunca un rango que la sociedad castellana imperante asumiera como algo normal.

CONDESA Y GITANA. Doña Luisa es una figura que cabe resaltar en el marco de la historia de la presencia de los gitanos en la provincia de Jaén. El hecho es que esta mujer aparece detallada en las crónicas medievales encargadas por el Condestable. Asimismo, es sorprendente, puesto que aparecer detallado el nombre de una figura femenina, como el de Doña Luisa, en toda esta historia, deja entrever el peso que tuvieron las mujeres en los procesos migratorios que se produjeron en este periodo y que obligaron a la comunidad gitana a viajar por el norte de África y Europa hasta que algunos llegaron a la Península Ibérica. Causa estupefacción porque las migraciones debieron ir precedidas por relaciones de tipo diplomático con los condados, ducados o reinos por los que pasaban o se asentaban definitivamente. Como conclusión, se extrae que el buen trato y la capacidad de entablar un diálogo cortés por parte de Doña Luisa en las conversaciones de los banquetes a los que fue invitada debieron ser las características a destacar de su figura. Sin duda, su papel protagonista en la defensa y protección del grupo humano que dirigía, así como su capacidad de negociación, fueron muy importantes. ¿Por qué? Así se recoge en las mismas crónicas del Condestable, donde se “garantiza a su gente el buen acogimiento en todas las ciudades del Santo Reino” que dependían de este noble. Está claro que Doña Luisa puede servir de ejemplo para muchas mujeres gitanas, que libran una doble batalla en los lares de la discriminación. Los gitanos fueron avasallados, tanto en Jaén como en el resto de lugares donde se asentaron, y utilizados a causa de determinados intereses políticos. Hoy, lejos, por fortuna, de aquellos momentos históricos, continúan sufriendo discriminación por el simple hecho de pertenecer a la comunidad gitana.

Es algo que no paran de denunciar diferentes colectivos, como la Fundación Secretariago Gitano, que se encargan del asunto, que también ponen de manifiesto la situación de las mujeres que, como Doña Luisa, tienen que hacer un doble esfuerzo para ser escuchadas en una sociedad machista y heteropatriarcal que las señala con dos dedos. Uno, por ser gitanas, y dos, por ser mujeres en un mundo en el que les cuesta más lograr un objetivo distinto a los que se les imponen desde niñas.

Patrimonio histórico en el corazón
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El Palacio del Condestable Iranzo, que aún se conserva en pleno casco histórico de la capital, fue un lugar de toma de decisiones importantes durante el siglo XV, puesto que desde allí se daba orden a los cronistas oficiales para que redactaran los escritos que, concretamente en el Santo Reino, alababan a la comunidad gitana. Allí residía el Condestable Miguel Lucas de Iranzo, de donde viene el nombre del palacete, de estilo mudéjar.