El Miserere más sentido por Baeza

Juan de Dios Robles dirige la composición en honor de Martín Morales

17 abr 2019 / 11:41 H.

Es muy difícil ver la Catedral de Baeza más radiante que la tarde del Martes Santo de cada año. Sin embargo, esta vez, la emoción de todos los presentes con su Miserere hizo que el majestuoso monumento brillara todavía un poco más.

Las alegres notas que compuso el maestro Hilarión Eslava para la Catedral vandelviriana, casi profanas para la época, sonaron con un tono contenido, teñido de emoción y vibrante religiosidad. El obispo de Jaén, Amadeo Rodríguez, no faltó a su cita marcada en el calendario como prometió en años anteriores y dedicó la composición a la memoria de su director eterno, Martín Morales Lozano. Pidió antes del comienzo también que se aplaudiera la valentía y el trabajo de Juan de Dios Robles, quien cogió la batuta con la mayor humildad y profesionalidad para hacer sentir a todos los ciudadanos y visitantes de Baeza las emociones de cada Martes Santo.

La ausencia de Martín Morales fue solo física, pues desde el primer acorde se impostó en la memoria de todos los presentes para llenar de magia su amado Miserere. Junto al obispo, en primera fila, se sentaron la alcaldesa de Baeza, Lola Marín, y el deán de las catedrales de Baeza y Jaén, Francisco Juan Martínez Rojas. Además, numerosas autoridades del Gobierno municipal y provincial acudieron a la llamada de este solemne, pero precioso acto cultural en la ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Por todos es conocido ya que el Miserere de Hilarión Eslava es una composición de 1844 y se trata de un salmo penitencial que tiene la forma de una súplica de perdón creada por un conocedor de su culpa. El Miserere debió comenzar a interpretarse en Baeza por el año 1860. La partitura está compuesta por 11 versículos y uno más a modo de introducción. La Coral Baezana y la Orquesta Sinfónica de Baeza volvieron a cumplir con un excelente nivel. Las voces de la tierra, agudas y graves, se entrelazaron con las dulces melodías de violines, flautas y violonchelos para crear un ambiente en el que nadie de los presentes quería mover un músculo por miedo a hacer ruido.