El burdel en el que apagaron el aire acondicionado

La Policía registra a fondo un club de alterne. Tres de las ocho chicas carecían de papeles

25 jul 2018 / 08:14 H.

Es la una y diecisiete minutos de la madrugada del pasado sábado. En ese momento exacto, la Policía Nacional irrumpe por las bravas en un conocido burdel de la capital. “Bajen la música, enciendan las luces y las chicas, al rincón”, ordena uno de los más de veinte agentes que entraron en el local. Es temprano y apenas hay clientes. Las ocho mujeres obedecen, no sin rechistar. A todas se les dibuja una mala cara cuando se ven rodeadas de uniformes y chalecos fluorescentes. Saben que, para ellas, no va a ser una buena jornada. Los cuatro “trabajadores” del club de alterne son apartados de las chicas para que no puedan hablar con ellas. Entre los empleados sobresale un portero que parece una mole de casi dos metros de altura. Junto a él se encuentra la “madame”, una mujer joven que acompaña a la Policía durante todo el registro. En la tele ponen un partido de fútbol que nadie está mirando.

Este burdel, ubicado a las afueras de la capital, es una de las paradas del dispositivo especial diseñado por la Comisaría para mejorar la seguridad ciudadana en la noche jiennense. Inspecciones por sorpresa en locales de ocio, bares, pubs y discotecas para hacer cumplir la ley. “No hay más”, asegura Tomás García, el inspector jefe al mando del operativo. La “visita” al club se salda con tres mujeres detenidas por infringir la Ley de Extranjería, dos actas administrativas por posesión de sustancias estupefacientes, el decomiso de una navaja de muelles de más de 30 centímetros y el precinto de todas las máquinas recreativas del negocio. La Policía Local, que también participa en el operativo, denunció a la empresa por no tener en regla el seguro de responsabilidad civil y a dos clientes a los que cogió “in fraganti” mientras fumaban.

Esos fueron los resultados a efectos estadísticos. “Nos interesa más el factor disuasorio, que sepan que estamos encima y que podemos venir en cualquier momento”, señala Diego Moya, el portavoz de la Comisaría y que también participó en el despliegue.

La inspección del club de alterne no fue sencilla. Como ejemplo, un pequeño detalle que muestra que la Policía no fue bienvenida en el negocio de las luces de neón. A los pocos minutos de que se produjera la entrada, alguien apagó los aparatos del aire acondicionado, con lo que el calor en el interior del local se hizo insoportable: “Quieren que nos vayamos cuanto antes”, explica, con sorna, uno de los agentes del Grupo de Estupefacientes, mientras levantaba, una a una, todas las botellas colocadas con mimo en la estantería. Antes, había revisado la máquina registradora y todos los cajones de los muebles de la barra.

Mientras, dos de sus compañeros tratan de localizar a la persona que ha tirado al suelo un “pollo” de cocaína. “Eso no es mío. No me vayas a echar a mí el marrón”, refunfuña uno de los clientes al que uno de los policías le enseña el papelito con la dosis de droga. A su lado, varios agentes de uniforme pedían la documentación a todas las personas que se encontraban en el burdel. También les reclamaban que dejasen todos los objetos personales que llevaran encima. El protocolo se repite siempre con una pregunta de rigor: “¿Tiene usted algo que pudiera comprometerle?, dispara uno de los policías antes de proceder al cacheo de seguridad.

La escena se repite en la calle, donde varios policías mantienen cortada la calzada por motivos de seguridad. Nadie puede moverse hasta que no sea autorizado. Los agentes van pasando por radio la filiación (los datos personales) a la Comisaría, donde otros funcionarios revisan las bases de datos para comprobar si esas personas están reclamadas por algún juzgado. Solo hay un hombre que no lleva encima su documentación. Es un viejo conocido de los agentes. Saben quién es y lo tienen “fichado”.

Otro grupo de policías “trabaja” con las chicas. La única mujer que participa en el operativo se encarga de los cacheos, mientras que otros agentes se entrevistan con ellas de forma reservada. El objetivo es saber si están retenidas o son obligadas a ejercer la prostitución en contra de su voluntad. Una a una, van subiendo a la parte superior, donde están sus habitaciones, acompañadas siempre de dos policías. Todas las dependencias son registradas. La inspección resulta negativa.

Las ocho chicas deben entregar sus papeles a los investigadores. Tres de ellas apenas pueden aportar nada. Una, incluso, lo único que tiene es una orden de expulsión dictada por la Subdelegación del Gobierno de Málaga. Otra, un cartilla sanitaria expedida en el País Vasco. Las tres son detenidas y trasladadas en dos “zetas” a la Comisaría por infracción a la Ley de Extranjería.

El trabajo policial está prácticamente terminado. Queda una cosa más: revisar los vehículos que están aparcados en la calle. Las personas que entraron en el local tuvieron que entregar las llaves de sus coches a los agentes. Uno a uno, los funcionarios van abriendo los automóviles. En uno de ellos, hallan una navaja de muelles de 30 centímetros. En otro, una dosis de “farlopa”. Sus dueños son denunciados por la vía administrativa. Los policías se marchan, mientras que las luces de neón del burdel vuelven a encenderse. Y también el aire acondicionado. La vida sigue.