Clemencia en La Magdalena

El barrio hace gala de su inquebrantable devoción y amor a la castiza cofradía jiennense

17 abr 2019 / 11:41 H.

La Magdalena, barrio castizo de la capital del Santo Reino. Enclave mítico de Jaén, donde descansa el recuerdo de un lagarto que pasaría a la historia y continuaría suscitando el temor candoroso de los más pequeños de la familia. Foco donde conviven los rastros de aquellas culturas que marcaron las primeras andaduras de un Jaén noble que aduce a su pasado con orgullo. Por supuesto, siempre gozoso de compartirlo con quien se persone en sus adentros históricos. La joya “magdalenera” brillaba con más fuerza que nunca en la tarde del Martes Santo, fervientemente anhelada por sus vecinos y vecinas, que con mimo guardan en sus corazones los momentos que emanan del día grande del barrio. Desde el pedestal sobre el que se erige, el Castillo de Santa Catalina parecía no querer perder detalle de los instantes previos a lo que estaba por suceder.

La iglesia de la Magdalena no dejó de ser vividora de un fiel arropamiento profesado por la cantidad de congregados que esperaban expectantes a la Clemencia. Cita obligada para quienes se propongan vivir la Semana Santa desde la complicidad de un barrio estrechamente vinculado a su cofradía, fundada en el Real Convento de Santo Domingo, allá por el año 1593. La apertura de puertas del templo anunció la inminente salida de los sagrados titulares, aquellos que despiertan una inquebrantable devoción de sus cofrades y vecindario. Incienso imperecedero se hacía con los cinco sentidos casi por completo. Muchos creerían soñar despiertos ante la imagen que se sucedía en el interior del templo, embargado de penumbra contrapuesta al esplendor venido del cielo.

Nuestro Padre Jesús de la Caída emergía de entre la oscuridad, aún sin que se apuntase marcha, y de manera simultánea a una ovación que arreció en el momento en que salió al encuentro de su amado pueblo de Jaén. Como cada Martes Santo, los vítores colmaron al primer paso presenciado por ingente cantidad de miradas afanadas en encontrarse con la del Hijo de Dios. Presto a revirar para iniciar su descenso por Molino de la Condesa, quienes permanecieron en las puertas de la Magdalena, pudieron apreciar con mayor campo de visión la nueva cruz que Jesús de la Caída portaría durante su evangelización por las calles de la capital del Santo Reino. También estrenó acompañamiento musical de mano de la Agrupación Musical San Juan, proveniente de Bailén.

El segundo tramo del cortejo se hizo con el terreno perfilado por quienes esperaban la salida del Santísimo Cristo de la Clemencia, imponente crucificado que el pasado año celebró el 425 aniversario de su bendición. Blanco pureza ataviaba a su comitiva, aunque no por completo. El rojo intenso del caperuz de los hermanos penitentes parecía venir de la misma sangre que emanaba del Cristo, y que el cáliz alzado por Santa María Magdalena procuraba recoger. Rota por el dolor que la muerte de Jesús le infligía, “La Magdalena” lloró desconsoladamente durante todo su discurrir por Jaén, enfundada en sones de cornetas y tambores de Vélez-Málaga. No obstante, el mayor dolor por la muerte del Hijo estaba por llegar. Levantá a una costalera

Aún vibraba con intensidad el que se constituye como uno de los barrios castizos de la capital. Una saeta se alzaba en el interior del templo. La salida de la Madre consolidó un sentimiento indescriptible, siempre adherido a la esencia misma de la primera cofradía de Jaén en incorporar a la mujer costalera. Gracia y belleza envuelven a María Santísima del Mayor Dolor, siempre en compañía de San Juan, con quien mantiene un diálogo perpetuo. Sus costaleras hicieron todo lo posible porque María conociese algo de consuelo durante su caminar por calles atestadas. Delicados balanceos le dedicaron a la Dolorosa de la Magdalena, los cuales, redondearon las marchas interpretadas por la banda de música de Escañuela. Destacar la luz que la virgen del Mayor Dolor irradia tras haber sido restaurada en el taller cordobés de Sebastián Montes.

Bernabé Soriano, recientemente partícipe del discurrir del Divino Maestro, quedó deslumbrada por una Clemencia que hacía acto de presencia a las ocho y media de la tarde. Carrera Oficial, paso previo a un camino de vuelta digno de presenciar en alguno de sus puntos más icónicos. La calle Maestra fue la antesala de lo que quedaba por vivirse en la noche del Martes Santo, siempre tornada en madrugada del Miércoles Santo para una cofradía que pierde la noción del tiempo cuando emprende el regreso hacia su barrio. Un sinfín de saetas detuvieron el tiempo a cada paso por el caso antiguo, donde el hechizo es intrínseco de cada uno de sus rincones.